A veces se cruzan en el pasillo o en el ascensor pero no se hablan. Son dos gatos nocturnos que no miran limpiamente. Se conocen, pero no optan por el diálogo verbal. Se miran de reojo al pasar, a veces las miradas no siempre van a la cara. Sus celdas de cemento son contiguas, cada noche se esposan al tabique contiguo de su cárcel para escuchar respirar al preso de la cama de al lado. Sobre todo, las noches de fiesta, a la que acuden a su cita de las cinco clandestina y nunca jamás proclamada.
Al principio era casualidad, después lo provocaban igual que se provocaban ellos en el ascensor, y al final se convirtió en un ritual para invocar a las lluvias más calientes.
Cada sábado, a las cinco de la mañana, drogados de excitación se encuentran los dos en el ascensor. Quieren subir hasta el tejado y maullar juntos esa noche, pero el ascensor los para en el pasillo 3, celdas 6, 9 contiguamente.
Ella se envuelve en el cine de las sabanas y juega a imaginar. El con la fiebre del sueño, la imagina a ella. Ella sueña con miradas lascivas en un ascensor, en entrar en el portal primero y sentir como él la está esperando en el callejón para pasar después de ella y dirigir la mirada a su redondez y elegancia.
El sueña en sorprenderla en sus sueños, en hacer viajes astrales hasta sus sueños e invadirla por dentro y por fuera. Quiere robarle las fantasías una a una, acariciarlas y lamerlas, saboreándolas y exprimiéndolas, empapándose de ellas.
Las sábanas son suaves, pero entre miradas de ascensor se humedecen y se ciñen a las curvas de ella. Es entonces cuando se siente presa, su pequeña celda empequeñece y no la deja respirar, solo la deja gemir de placer al otro lado del tabique.
El escucha maullidos letales en el tejado. Sabe que quien maúlla es su gata en celo mirando a la luna de su ombligo, ideas acaloradas acuden a su mente felina, imágenes abstractas de manos que aprietan el 3 en el ascensor, liberan el candado de su triángulo oscuro de Venus.
El reloj da las cinco y media, la fantasía está a punto de ser derrotada. El verdugo del clímax la obliga a acabar con todo. La recorre de pies a cabeza, le muestra ráfagas de libertad y la hace sumergirse en esa lluvia calida invocada a las cinco.
Él por unos instantes la siente en sus manos, siente que el sueño astral le concede el invadirla con su energía por encima de los tejados.
Es una décima de segundo la que ellos se sienten el uno en el otro, pero el tiempo hace huelga por malas condiciones laborales y decide apurar más. La luna está dispuesta a esperar para que venga el sol a su cama, pero el verdugo persigue a la gata caliente por el tejado hasta que termina de saltar y maullar entre sabanas blancas.
Después ya no les cuesta dormirse, se drogaron de libertad para toda la semana, hasta el sábado que viene, en el que se darán la dosis necesaria para vivir maullando en celdas y el sábado subir a los tejados.
martes, 13 de enero de 2009
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